La mayoría sabemos que el arte culinario forma parte de la idiosincrasia japonesa pero nadie sabe lo hermosa y amplia que puede ser su historia en la mesa hasta que uno se involucra, siquiera un poco con ella. Y es que este distinguido restaurante, del que hago referencia en el título, nos enseña que detrás de una fina y sobria decoración asiática, existe una gran pasión por transmitirnos esa trascendental herencia.
Ya sabía de este espléndido lugar y sabía también de su famoso show del Teppan, el cual lo hace más exclusivo aún. Esa fascinante modalidad de preparar la comida frente al comensal, con los más vistosos movimientos de un malabarista, que requieren de la mayor técnica y precisión a la hora de realizar el delicado trabajo de un platillo de comida. En lo particular, llegó un momento en el que me sentí tan entusiasmado con la pericia del Chef que me olvidé del entorno y pasé a ser espectador; sin duda una experiencia muy agradable y diferente. No obstante, los que prefieren la tradicional y no menos laboriosa alternativa del Sushi, también pueden disfrutarla en este elegante escenario. No sobre el teppan, (que según su etimología significa parrilla) sino al servicio del acostumbrado protocolo, y sobre eso quiero extenderme a continuación.
La atención es impecable, la gentileza de la anfitriona fue espléndida y el servicio en general fue digno de resaltar. Con la indumentaria típica japonesa fuimos recibidos y además nos orientaron sobre los tipos de platillos, estilos de preparación y recomendaciones de la casa. Ciertamente nos ayudaron a pasar un rato muy ameno.
Finalmente, entre charlas, risas y un exquisito plato de mera esencia japonesa entendí que era un buen lugar para compartir con la pareja, la familia, amistades, y porqué no, negocios. Además estamos acostumbrados a pensar que ambientes como esta clasificación están por encima del presupuesto estándar pero me atribuyo la iniciativa de aclarar que en este caso, se pueden sorprender.
La cultura japonesa es rica en gastronomía y vale la pena contemplarla con un buen exponente del arte culinario. Yo soy de los que aceptan que de vez en cuando debemos agasajar a nuestro paladar con una importante cuota de afecto, además invocar esa excusa puede regalarnos momentos inolvidables con seres especiales y apreciar la vida desde un punto de vista menos terrenal. A la final comer es alimentarse para vivir, pero podemos añadir un valor agregado para que también se beneficie nuestro espíritu. En este mundo desintegrado y envilecido, no sólo debemos alimentar nuestros cuerpos sino también nuestros valores, repetir experiencias como estas me parece una de las mejores maneras.
Si deciden ir a Koyoka, seguro tendrán una placentera anécdota que contar e inclusive recomendar. Espero lo disfruten tanto como yo.
Saludos..